Escrito por Encarna


En Babilonia, ciudad rodeada de murallas de ladrillo, vivían en dos casas vecinas Píramo, el más apuesto de los jóvenes de la ciudad, y Tisbe, bella entre las bellas. Se querían, pero sus padres se oponían a su boda. A escondidas, se hablaban por señas, por gestos. El muro que separaba sus casas tenía una pequeña grieta que nadie había visto en años; ellos, cuyo amor crece con la prohibición, la descubren, y por la estrecha hendidura se hablan. Al llegar la noche, se despiden.

Al salir el sol, vuelven los dos a su lugar de charla. Deciden aprovechar la noche para burlar a sus guardianes y salir de sus casas y de la ciudad. Se citan junto a la tumba del rey Nino y planean esconderse bajo un árbol que allí hay; es un moral, que bebe el agua de una fuente próxima.

Llega al fin la noche. Tisbe abre lenta y silenciosamente la puerta de su casa; tapada la cara para no ser reconocida, sale de la ciudad, llega al lugar convenido y se sienta bajo el moral. Una leona, que tiene el hocico manchado de sangre de los bueyes que acaba de matar, llega sedienta a la fuente. Con la luz de la luna, Tisbe la ve venir y, asustada, huye y se refugia en una cueva vecina. Al salir corriendo se le cae un velo que llevaba en los hombros. La leona, después de beber, huele el velo y lo desgarra con la boca ensangrentada.

Píramo sale un poco más tarde de su casa. Al acercarse al lugar de la cita, ve huellas de una fiera y su rostro se vuelve blanco del espanto; en seguida descubre el velo sucio de sangre: no tiene ya dudas de lo ocurrido.


Fuente: Rosa Navarro Durán, Mitos del mundo clásico. (Adaptación)



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